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Sa’id Ibn Zaid

Sa’id Ibn Zaid
         "Eramos 24.000 más o menos en la batalla de Yarmuk. Los bizantinos movilizaron contra nosotros un ejército de 120.000 hombres. Avanzaron hacia nosotros a paso lento y ensordecedor, era como si las montañas se moviesen. Obispos y sacerdotes iban delante de ellos cargando sus cruces y cantando letanías que eran repetidas por los soldados..."

Su padre

Zaid, el hijo de ‘Amr, se mantuvo de pie, lejos de la muchedumbre de qurashies que celebraban uno de sus festivales. Los hombres vestían finos turbantes de brocado y costosas ropas yemenís. Las mujeres y los niños también estaban vestidos exquisitamente con sus mejores vestimentas y deslumbrantes joyas. Zaid observó cómo los animales para sacrificio, adornados de forma muy colorida, eran arreados para ser sacrificados ante los ídolos de Quraish. Le era difícil permanecer callado. Apoyándose en una de las paredes de la Ka’bah, gritó: "¡Oh gente de Quraish! Es Dios quien ha creado esas ovejas. Él ha hecho descender la lluvia de los cielos que ellas beben y que permitió que crezcan los pastos de los que ellas se alimentan. A pesar de esto, las sacrifican en nombre de otros fuera de Él. Por cierto que son gente ignorante". El tío de Zaid, Al-Jattab, el padre de ‘Umar Ibn Al-Jattab, se llenó de cólera al escuchar estas palabras. Se abalanzó sobre Zaid, lo abofeteó fuertemente en el rostro y le gritó: "¡Maldito seas! ¿Aun sigues repitiendo estas estupideces? Hemos soportado tus palabras, pero nuestra paciencia ya se agotó". Entonces, Al-Jattab incitó a varias personas violentas a acosar y perseguir a Zaid, haciéndole la vida insoportable. Estos incidentes que ocurrieron antes de que empezase la misión profética de Muhammad daban ya un obscuro panorama del amargo conflicto que se llevaría a cabo entre los portadores de la verdad y los testarudos adherentes a las prácticas idolátricas. Zaid era uno de los pocos hombres, conocidos como hanifes, que veían a todos esos actos idolátricos como realmente eran. No sólo rechazó participar en ellos, sino que rechazaba comer cualquier cosa que había sido sacrificada o dedicada a los ídolos. Él proclamó adorar al Dios de Ibrahim y, como el anterior incidente nos indica, no temía desafiar a su gente en público. Por otro lado, su tío Al-Jattab era un porfiado seguidor de las costumbres paganas de Quraish y estaba enfadado por el desprecio público que Zaid mostraba por los dioses y diosas que ellos adoraban. Por ese motivo, hizo que lo persiguieran y acosaran al punto que se vio obligado a abandonar la ciudad de la Meca para refugiarse viviendo en sus alrededores. Al-Jattab incluso llegó a ordenar a un grupo de jovenzuelos no dejar que Zaid se aproximase a la ciudad de Meca ni entrar en el Santuario. Zaid sólo podía entrar en Meca en secreto. Una vez en ella, se encontraba clandestinamente con personas como Waraqah Ibn Nawfal, ‘Abdullah Ibn Yahsh, ‘Uzman Ibn Al-Hariz y Umaimah Bint ‘Abdul Muttalib, la tía paterna del Profeta Muhammad. Ellos discutían cuán inmersos estaban los árabes en la desviación. A sus amigos, Zaid les decía: “Ciertamente, por Dios, ustedes saben que nuestra gente no tiene argumentos válidos para sustentar sus creencias idolátricas, y que han distorsionado y transgredido la religión de Abraham. Adopten una religión que puedan seguir racionalmente y que les pueda traer salvación”. Zaid y sus compañeros se dirigieron a algunos Rabinos, sabios cristianos y personas de otras comunidades para intentar aprender más y poder volver a la pura religión de Ibrahim (Abraham). De las cuatro personas mencionadas, Waraqah Ibn Nawfal se hizo cristiano. ‘Abdullah Ibn Yahsh y ‘Uzman Ibn Al-Hariz no llegaron a ninguna conclusión definitiva. Zaid Ibn ‘Amr, sin embargo, tuvo una historia diferente. Como se le hizo imposible permanecer en Meca, abandonó el Hiyaz (el área de la Meca, Medina y Jeddah) y viajo hasta Mosul en el norte de Irak, y de allí partió hacia el sudoeste, hacia Siria. Durante sus viajes, siempre preguntaba a los monjes y rabinos acerca de la religión de Ibrahim. No encontró respuestas satisfactorias hasta que conoció a un monje en Siria, quien le dijo que la religión que él buscaba ya no existía, pero que el tiempo en que Dios enviaría un profeta de entre los árabes estaba cerca, y que él reviviría la religión de Ibrahim. El monje insistió en que si veía a este profeta no debía dudar en seguirlo. Zaid decidió regresar a Meca con la intención de encontrarse con dicho profeta. Mientras se encontraba atravesando el territorio de la tribu Lajm, en la frontera sur de Siria, fue atacado por una banda de beduinos quienes lo asesinaron antes de que pudiera ver al Mensajero de Dios (que la paz y la misericordia de Dios sean con él). Sin embargo, con su último suspiro, Zaid miro hacia el cielo y dijo: “Oh Dios, si me has prevenido de alcanzar este bien, no prevengas a mi hijo de alcanzarlo”. Cuando las noticias de la muerte de Zaid llegaron a Waraqah, este escribió una elegía en su honor. El Profeta Muhammad (que la paz y la misericordia de Dios sean con él) lo elogió y dijo que en el Día de la Resurrección “será resucitado y su recompensa será igual a la de toda una comunidad”. Dios, Glorificado Sea, escuchó la súplica de Zaid.

De los primeros monoteístas

Cuando Muhammad, el Mensajero de Dios, empezó a invitar a las gentes hacia el Islam, el hijo de Zaid, Sa’id, se encontraba entre los primeros en creer en la unicidad de Dios y la condición de verdadero profeta de Muhammad. Esto no es de extrañar, pues Sa’id creció y se crió en una casa donde se repudiaba las costumbres idolátricas de los Quraish, y fue enseñado por un padre que pasó toda su vida buscando la Verdad y que finalmente murió buscándola. Sa’id no había cumplido 20 años cuando abrazó el Islam. Su joven esposa, firme en la verdad, Fátima, hija de Al-Jattab y hermana de ‘Umar, también aceptó el Islam tempranamente. Evidentemente, tanto Sa’id como Fátima se las arreglaron para ocultar su islamización de los Quraish, y específicamente de la familia de Fátima, por un tiempo. Ella tenía motivos para temer no sólo a su padre, sino también a su hermano ‘Umar, quien había sido educado para venerar la Ka’bah y preservar la unidad de los Quraish y su religión. ‘Umar era un hombre joven y fuerte, con una gran determinación. El vio en el Islam una amenaza para Quraish y se portaba de forma violenta y descontrolada con los musulmanes.

La siguiente historia es débil:

Finalmente, ‘Umar decidió que la única manera de poner fin a este problema era eliminando al hombre que, según él, los causaba. Impulsado por una furia ciega, tomó su espada y se dirigió a la casa del Profeta. En su camino se encontró con un creyente en el mensaje del Profeta que ocultaba su fe, quien al ver la aterradora expresión en su rostro le preguntó hacia dónde se dirigía. "Voy a matar a Muhammad..." No había dudas acerca de la seriedad de su amargura y resolución asesina. El creyente trató de disuadirle de su criminal acción, pero ‘Umar hacía oídos sordos a cualquier argumento. Entonces, se le ocurrió distraer a ‘Umar para así por lo menos tener tiempo para advertir al Profeta de sus intenciones. "Oh ‘Umar", le dijo, "¿por qué primero no hechas un vistazo a la gente de tu propia familia si es que realmente quieres poner las cosas en orden?" "¿A qué miembros de mi familia te refieres?", preguntó ‘Umar. "Tu hermana Fátima y tu cuñado Sa’id. Ambos han abandonado tu religión y ahora son seguidores de Muhammad y su religión..." ‘Umar se dio la vuelta y se dirigió inmediatamente a la casa de su hermana. Una vez allí, la llamó a gritos mientras irrumpía. Jabbab Ibn Al-Aratt, quien frecuentemente los visitaba para recitarles el Corán a ambos, se encontraba en la casa en ese momento, así que se escondió en una esquina. Fátima, por su lado, escondió el manuscrito de donde leía Jabbab. Pero ‘Umar ya había escuchado el sonido de su recitación, y cuando entró les dijo: "¿Qué es este murmullo que escuché?" Ellos trataron de asegurarle que lo que había oído se trataba de una conversación normal, pero él insistió: "¡Lo escuché claramente!", refutó, "y es posible que ambos hayan renegado de nuestra religión." "¿Haz considerado alguna vez que la verdad no se encuentre en tu religión?", Sa’id le dijo a ‘Umar, tratando de razonar con él. Pero en lugar de hacerlo ‘Umar se abalanzó contra su cuñado y empezó a golpearlo y patearlo tan fuerte como podía; y cuando Fátima intentó defender a su marido, ‘Umar le asestó un fuerte golpe en el rostro que la hizo sangrar. "Oh ‘Umar", dijo Fátima enojada, "¿y qué tal si la verdad no se encuentra en tu religión? Doy testimonio que no hay nada ni nadie que merezca ser adorado sino Allah y doy testimonio que Muhammad es el Mensajero de Allah". La herida de Fátima sangraba, y cuando ‘Umar vio la sangre se sintió mal por lo que había hecho. ‘Umar se calmó y cambió repentinamente de actitud y le dijo a su hermana: “Dame ese escrito que tenías para que lo pueda leer”. Al igual que ellos, ‘Umar era de los pocos árabes que sabían leer. Fátima le respondió: “Tú estás impuro, y sólo los puros pueden tocarlo. Ve a lavarte o haz las abluciones”. Entonces, ‘Umar fue y se lavó como le indicaron, y finalmente ella le dio el escrito que contenía los primero versículos de la Surah Ta-Ha. Empezó a leerlo, y cuando llegó al versículo que dice: “Ciertamente Yo soy Allah, y no hay más divinidad que Yo. Adórame, pues, y haz la oración para tenerme presente en tu corazón” Corán 20:14, él dijo: "Muéstrenme dónde está Muhammad". Una vez informado, ‘Umar se dirigió a la casa de Al-Arqam y declaró su aceptación del Islam y el Profeta (que la paz y la misericordia de Allah sean con él) y sus discípulos se alegraron mucho.

Hasta aquí la historia.

Sus hechos

Sa’id y su esposa Fátima fueron, pues, los instrumentos mediante los cuales Allah guió al fuerte y determinado ‘Umar, y la conversión de éste robusteció el poder y prestigio de la emergente fe. Sa’id Ibn Zaid se dedicó totalmente al servicio del Profeta y del Islam. Presenció y participó en las principales batallas en las cuales participó el Profeta, salvo la batalla de Bader. Antes de la batalla de Bader, él y Talha fueron enviados por el Profeta como exploradores a Hawra, en la costa del Mar Rojo al oeste de Medina, para que le trajesen noticias de la caravana de Quraish que retornaba de Siria. Cuando Talha y Sa’id regresaron a Medina, el Profeta ya se había marchado hacia Bader junto con el primer ejército musulmán compuesto por sólo unos 300 hombres. Después del deceso del Profeta (que la paz y la misericordia de Allah sean con él) Sa’id continuó jugando un papel importante en la comunidad musulmana. Fue uno de aquellos a quienes Abu Baker consultó acerca de su sucesión y su nombre está frecuentemente asociado con discípulos de la talla de ‘Uzman, Abu ‘Ubaida y Sa’ad Ibn Abi Waqqas en las campañas militares que se realizaron.

La batalla de Yarmuk

Era conocido por su coraje y heroísmo, un ejemplo de esto lo podemos hallar en la batalla de Yarmuk. Sa’id dijo:

"Eramos 24.000 más o menos en la batalla de Yarmuk. Los bizantinos movilizaron contra nosotros un ejército de 120.000 hombres. Avanzaron hacia nosotros a paso lento y ensordecedor, era como si las montañas se moviesen. Obispos y sacerdotes iban delante de ellos cargando sus cruces y cantando letanías que eran repetidas por los soldados. Cuando el ejército musulmán vio tan impresionante despliegue militar empezaron a preocuparse por su inmensa cantidad, y algo de angustia y temor invadió sus corazones. Entonces, Abu ‘Ubaida se puso frente a los musulmanes urgiéndolos a luchar. "Adoradores de Dios", dijo, "busquen la victoria para Dios y Dios los ayudara y afirmará sus pies". "Adoradores de Dios, sean pacientes y firmes pues por cierto que ambas salvan de la incredulidad, son un medio para alcanzar la complacencia de Dios y una forma de defensa contra lo ignominioso y la desgracia". "Preparen sus lanzas y protéjanse con sus escudos. No digan nada, a menos que sea para recordar a Dios, hasta que les dé la señal, si Dios quiere". "Entonces, un hombre emergió de entre las filas de los musulmanes y dijo: "He resuelto morir en esta misma hora. ¿Tienen algún mensaje que quieran enviar al Mensajero de Dios, que la paz y la misericordia de Allah sean con él?". "Sí", respondió Abu ‘Ubaidah, "hazle llegar nuestro salam y dile: ‘Oh Mensajero de Dios, hemos encontrado cierto lo que nuestro Señor nos había prometido’". "Apenas vi al hombre hablando, desenfundando su espada y finalmente lanzarse contra el enemigo, me arrojé al suelo y gateé hasta acercarme al enemigo, y conseguí derribar al primer jinete enemigo que venía contra nosotros. Luego caí sobre el enemigo y Dios removió de mi corazón cualquier vestigio de miedo. Los musulmanes se enfrentaron con los bizantinos y continuaron luchando contra ellos hasta que fueron bendecidos con la victoria".

Sa’id fue reconocido por el Profeta como uno de los más destacados miembros de su generación. Él fue uno de los 10 discípulos a quienes el Profeta visitó un día y les prometió el Paraíso. Ellos eran Abu Baker, ‘Umar, ‘Uzman, ‘Ali, ‘Abdur-Rahman Ibn ‘Awf, Abu ‘Ubaidah, Talhah, Az-Zubair, Sa’ad hijo de Zuhrah y Sa’id el hijo de Zaid el Hanif. Las colecciones de los dichos del Profeta registran sus elogios para los Diez Prometidos (Al-'Asharatu-l mubashshirun) y muchos otros quienes en otras ocasiones recibieron las buenas nuevas del Paraíso.

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